Ojalá
pudiese volver al pasado, cuando no tenía preocupaciones. Cuando no me enteraba
de nada, o no me quería enterar. En aquella época era completamente feliz. Iba
a cualquier lado con una sonrisa en la cara, pero más aquellos días que iba con
mi abuelo. Entrábamos por la puerta de la iglesia, pero no la principal sino
una que estaba escondida. Nos creíamos espías que nos colábamos en cualquier
lugar, siempre estábamos jugando. Subíamos por unas escaleras de caracol que
llevaban a lo alto de la iglesia donde se encontraba aquel precioso órgano. Mi
abuelo me sentaba en sus delgadas piernas y me hacía sentir importante.
Colocábamos juntos las partituras y esperábamos a que la misa comenzase. Yo en
esos momentos era la niña más feliz, estaba con mi abuelo y no necesitaba nada
más. Bueno sí, la música. La música que él tocaba nos unía, no hablábamos, solo
sentíamos cada una de las notas que sonaban. Yo ponía mis pequeñitas manos
encima de las suyas y él me guiaba.
Salíamos felices, todo el mundo nos felicitaba, bueno a él.
Lo
repetíamos de vez en cuando, y la verdad
es que me hubiese gustado hacerlo más periódicamente. Cada tarde yo volvía a
casa y les decía a mis padres que quería ser como él, como mi abuelo. Quería
tocar el piano e introducirme en el mundo de la música. Así que me apuntaron a
una academia para aprender a tocar el piano, y la verdad es que no me fue muy
bien. A mí lo que me gustaba era posar mis manos sobre las de mi abuelo y dejarme
llevar. Era bonito aprender a tocar el piano, pero lo que era realmente
precioso era tocarlo con él.
Al poco tiempo dejé de ir a la academia, no se me daba muy
bien. La verdad es que no he sido muy amiga de los instrumentos. Pero el órgano
siempre será mi instrumento favorito por la historia que lleva implícita.
Siempre que sea posible usa enlaces y recursos multimedia.
ResponderEliminar